Rezan los libros de psicología que las personas que se obsesionan por la perfección suelen ser controladoras, cerebrales, desconfiadas, reservadas, emocionalmente contenidas, resistentes al cambio, o todo a la vez. Pero no siempre es así. También pueden ser desordenadas, caóticas y de una sensibilidad extrema.
Las personas obsesivas necesitan creer que para cada pregunta hay una respuesta clara y específica, y una solución directa. Tienen miedo a cometer errores, a tomar una decisión equivocada. En general, no tienen autorregulación en el trabajo y se esmeran en tratar de mantener todo bajo control. Tienen inclinación a preocuparse, a dudar y suelen decodificar las diferencias en términos conflictivos. Es un adicto a pensar, cuya mente aguda e hiperactiva lo lleva con frecuencia a hundirse en el pantano de la tristeza y la cavilación. No puede parar. Pero una de las peores cosas es que una personalidad obsesiva tiene muchas dificultades para disfrutar. Su implacable autocrítica neutraliza su capacidad de capitalizar y hasta de alegrarse por sus innegables logros. Siempre falta algo: nada es suficiente.
El perfeccionista posterga hacer lo que tiene que hacer porque busca que todas las cosas estén en su lugar, necesita mantener el control de todas las cosas. Normalmente, buscará hacer más de lo que puede hacer y es probable que desarrollen obsesiones. La perfección supone una sobre-exigencia y conforma -muchas veces- un sufrimiento, porque las expectativas que se impone son excesivas y muchas veces fuera de la realidad: se marcan metas tan elevadas que finalmente no pueden alcanzar.
Veamos sus rasgos:
Afortunadamente, no existe una anestesia totalmente eficaz contra el sentimiento. Si te decides a trabajar para terminar con el control excesivo, no sólo serás más feliz, sino que mejorarás la calidad de todos tus vínculos interpersonales. Ser auténtica, humana, imperfecta, te hará más atractiva, relajada, agradable. Anímate a equivocarte y reírte de verte en una situación incómoda.
Una vida sin errores no sólo no es necesaria ni posible: tampoco es deseable. No hace falta saberlo todo o funcionar según normas estrictas para ser valorados y sentirnos amados. Asúmelo: estás haciendo las cosas más difíciles de lo que son. Y estás preso del "deber ser". ¿Qué lugar tiene el deseo en tu vida? ¿Por qué te resulta tan difícil aceptar que, simplemente, mucha gente te quiere? ¿Por qué te niegas a asumir que los errores no tienen por qué costar muy caro? ¿Por qué no resignar el control? ¿Pensaste que el exceso de razón te priva de disfrutar los encantos del mundo? Di BASTA. Basta de ser esclava de las normas. Basta de subordinarte a procedimientos estrictos. Basta de planificar hasta el último detalle. Basta de rutinas inflexibles. Relájate. Amar la vida es cuidar celosamente los escasos y exquisitos momentos de ocio. Córtala.
Las personas obsesivas necesitan creer que para cada pregunta hay una respuesta clara y específica, y una solución directa. Tienen miedo a cometer errores, a tomar una decisión equivocada. En general, no tienen autorregulación en el trabajo y se esmeran en tratar de mantener todo bajo control. Tienen inclinación a preocuparse, a dudar y suelen decodificar las diferencias en términos conflictivos. Es un adicto a pensar, cuya mente aguda e hiperactiva lo lleva con frecuencia a hundirse en el pantano de la tristeza y la cavilación. No puede parar. Pero una de las peores cosas es que una personalidad obsesiva tiene muchas dificultades para disfrutar. Su implacable autocrítica neutraliza su capacidad de capitalizar y hasta de alegrarse por sus innegables logros. Siempre falta algo: nada es suficiente.
El perfeccionista posterga hacer lo que tiene que hacer porque busca que todas las cosas estén en su lugar, necesita mantener el control de todas las cosas. Normalmente, buscará hacer más de lo que puede hacer y es probable que desarrollen obsesiones. La perfección supone una sobre-exigencia y conforma -muchas veces- un sufrimiento, porque las expectativas que se impone son excesivas y muchas veces fuera de la realidad: se marcan metas tan elevadas que finalmente no pueden alcanzar.
Veamos sus rasgos:
- Tienen excesivo autocontrol emocional.
- Baja autoestima: buscan siempre la aprobación de los demás.
- Piensan y dudan demasiado, dan demasiadas vueltas.
- Siempre quieren tener la razón.
- Las expectativas de ellos mismos y de los demás son poco realistas.
- Tienen miedo a la desaprobación, el fracaso y a cometer errores.
- Tienen muy alta sensibilidad a la crítica.
- Presentan dificultades para tomar decisiones.
- Suelen fijarse más en lo que falta que en lo que tienen.
- Sufren por el estrés.
Afortunadamente, no existe una anestesia totalmente eficaz contra el sentimiento. Si te decides a trabajar para terminar con el control excesivo, no sólo serás más feliz, sino que mejorarás la calidad de todos tus vínculos interpersonales. Ser auténtica, humana, imperfecta, te hará más atractiva, relajada, agradable. Anímate a equivocarte y reírte de verte en una situación incómoda.
Una vida sin errores no sólo no es necesaria ni posible: tampoco es deseable. No hace falta saberlo todo o funcionar según normas estrictas para ser valorados y sentirnos amados. Asúmelo: estás haciendo las cosas más difíciles de lo que son. Y estás preso del "deber ser". ¿Qué lugar tiene el deseo en tu vida? ¿Por qué te resulta tan difícil aceptar que, simplemente, mucha gente te quiere? ¿Por qué te niegas a asumir que los errores no tienen por qué costar muy caro? ¿Por qué no resignar el control? ¿Pensaste que el exceso de razón te priva de disfrutar los encantos del mundo? Di BASTA. Basta de ser esclava de las normas. Basta de subordinarte a procedimientos estrictos. Basta de planificar hasta el último detalle. Basta de rutinas inflexibles. Relájate. Amar la vida es cuidar celosamente los escasos y exquisitos momentos de ocio. Córtala.