Una vez sumergida en la bañera, miraba mi cara apagada reflejarse en el cristal. Sobre el ventanal que me separaba de los patios devorados por el invierno, me contemplaba sumergida en la bañera vieja, flotando como un navío abandonado entre la mugre y la grasa. Mi rostro, descolorido y extraviado, llevaba los ojos cocidos en sangre, hinchados de úlceras, grandes y hondos. Eran dos pozos secos donde el fondo está oscuro.
Mi cigarrillo había terminado flotando en el agua, otro naufragio más junto al de mis propios pensamientos. Mil lágrimas corrían por cualquier parte, dejando en mi cuerpo las blancas marcas de la sal. Navego ciega en la tina inmunda de mi mente, sumergida a la deriva en el agua nauseabunda y ahogada en mis propias fantasías, atorada con la idea de mi propia muerte. Si por lo menos en este instante de terror tuviera en tus brazos un lugar donde acabar este tormento infinito. Ojalá pudiese vivir toda mi muerte en el recuerdo de tu cara iluminada la primera vez que me pediste que hiciéramos el amor, mientras me diluyo, poco a poco, bajo las paredes descascaradas.
Años atrás me daba por tejer fragmentos de historias, historias sin comienzo, ni clímax, ni conclusión.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario