24 oct 2011

La frustración de Hiram

Había una vez un pequeño perro, nacido entre los suburbios de la ciudad de Tijuana, precavido y hostil, cariñoso y alegre, que con su presencia hacia del tumulto colérico, un panal de sonrisas.

Su nombre era Diógenes, y hacía ya 9 años que recorría los transitados boulevares de la 5 y 10, siempre consciente de que podría morir atropellado, pero esperanzado en encontrar un bocado de alimento de entre la basura.

Un día, caminando por una zona de bodegas, donde había trabajadores realizando su labor... Pero que cantidad de verborrea pseudo literaria. Debo enfocarme en el aquí y ahora, en este momento termino de escribir una línea y pongo un punto.

No, la descripción del contexto dentro del tiempo no es suficiente para describir el estado de conciencia en el cual me encuentro. ¿Estado?. ¿Soy?. ¿Estoy siendo?. Ahora las cuestiones psico-filosóficas (si es que se les puede llamar así) se desbordan por la terrible habilidad de mis dedos al escribir, soy esclavo de mis manos, de mis deseos, de mi mente, y de mi incapacidad para discernir entre lo bueno y lo malo; ahora a mi mente llegó aquel recuerdo escondido del libro de Nietzsche, el cual no he leído, sin embargo del cual sus ideas presumo, he robado la idea de otro ser, y éso carcome mi conciencia, pero ¿por qué la carcome?. Las palabras y las ideas no son de nadie, ni salieron de un sólo lugar.

Acabo de respirar y sentí el crujir tupido de mi moco nasal, sordo, flexible, laxo, una efímera sensación de placer físico trivial.

He aquí yo, en un estado de conciencia que no puedo plasmar, he aquí yo, leyendo lo absurdo de mi escritura, leyendo que no fui, y que soy en este momento, es terrible estar atado a no poder ser, sin dejar de ser. Encadenado a la existencia, encadenado a mi libertad.

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